Feliz quinto cumpleaños, mi vida

Si yo pudiera mecerte en mis brazos, Olivia, si yo pudiera quererte, suave y despacio, como quiere una madre enamorada a su primer bebé.

Si yo pudiera mirarte, largas, lentas, horas llenas

No quiero ser viento frío que azota las ramas. Yo quiero ser cálida brisa que acaricia el rostro en verano y susurra entre las hojas tu nombre eterno.

No quiero ser ojos de piedra, vacíos, perdidos, secos. Yo quiero mirarte con los ojos brillantes, cuajados de luceros.

Si yo pudiera oír tu risa, Olivia, ni tu llanto pude oír, ni tan siquiera tu llanto. No llegué a tiempo.

No quiero ser ásperas lágrimas que matan, yo quiero reír contigo, pequeña, con la risa de plata que brota del corazón de los niños.

Que te has ido para siempre. Que ese abrazo fue el último, el único. No lo puedo aceptar.

Que se me parte el alma y la vida al recordarte. Eras mía, por un momento, antes de que la muerte te arrancase de mis propios brazos.

Cinco años sintigo, Olivia.

 

¿Es normal tanto dolor después de cinco años?

Pregúntale a las madres que han perdido un hijo, pregúntale a mis compañeras de duelo, cómo sienten ellas su maternidad de nube en torno a los aniversarios…

Naturalmente fluyen mis lágrimas. Yo te amo hoy y siempre y te lloro hoy y siempre al igual que te celebro y te honro cada día. No veo nada anormal o patológico en mi dolor, sinceramente no lo veo.

Cumples cinco. Y no sabemos si tu pelo hubiera sido moreno y rizado como aquel con el que naciste, si hubieras sido más tranquila que tu hermana, si hubieras sido tan dulce y bella como te sentimos. Sólo podemos soñarte. Tejer una vida de anhelos y no dejar que se rompan.

Hija mía. Me falta el aire mientras te escribo. He querido encontrar un momento para nosotras, en nuestro rincón. He necesitado decirte, una vez más, que el tiempo no pasa. Se quedó detenido un 31 de Marzo de 2014, cuando naciste y nadie pudo decir “Tanto la niña como la madre se encuentran perfectamente”.

Llovió tanto. Y el tiempo se quedó suspendido. Nada pasaba. Nada entendía. Sólo había una sensación de irrealidad, de extrañamiento. Como quien recibe un golpe seco en el cráneo. No se puede explicar la sensación de aturdimiento lúcido de aquellos días.  No te tenía conmigo. Habías nacido y la vida se te escapaba y no podíamos hacer más que lo que hicimos. Rezaron hasta los ateos. Intervinieron los neurocirujanos. Pero la vida se iba. Y había que dejarte volar.

Enterrarte el día de tu fecha probable de parto. Cumplir un año de casados dos días después.

No éramos tan jóvenes, Olivia, no éramos unos padres niños, pero éramos tan inocentes… Estábamos por estrenar y vaya estreno. Conocer toda la dureza de la vida. Conocer que nada puede darse por hecho. Que sólo el amor nos salva y que cuando lo importante de la vida se abre paso, cesa la mente y toma el control el corazón.

Yo quería tener dos hijas y las tengo. Pero tú no estás aquí para jugar con Violeta. Y tu ausencia me duele por mí, por nosotros y también por ella. ¿Hubierais sido buenas compañeritas? Seguro que sí.

Todos estos años te quiero cada día. Es verdad que no hay un día en que no estés presente. Hemos aprendido a ser padres tuyos, así de esta otra manera. Papá te dedica las cosas bonitas que ve, haciendo un gestito al cielo o a su corazón. Papá te vió despierta, te oyó llorar, vuestros ojos se encontraron y vuestras manos se tocaron. Y menos mal que él, que jamás hace una foto, esa vez las hizo y así podemos guardar tu imagen como un tesoro.

La familia y amigos también te tienen presente. A veces nos regalan erizos y no hace falta decir más. Un día, el niño Sasha, nuestro ahijado, que hubiera sido tu amigo, hizo un dibujo de nuestra casa, muy verde con ese césped brillante irlandés y un erizo, porque dijo que nuestra casa era la casa de los erizos. Me encantó que un niño la percibiese así.

Tú estás aquí y esta es tu casa, esta es tu familia y yo soy tu mamá.

Me quedo con el abrazo único que sé que no será el último, con tu manita enroscándose en mi dedo índice, con tu suspiro final, con la dulzura infinita del peso tierno de tu cuerpecito, con todo el amor que no te he podido dar  y que torpemente quiero entregarte.

Me quedo con toda la vida que tuvimos, con ese embarazo de nueve meses en el que éramos una. Con todo el amor y la belleza que me has regalado, hija.

Feliz quinto cumpleaños, mi vida.

8 comentarios

  1. Cinco años cumples, allá en un mundo perfecto, desde el que nos esperas ¡tan bonita! iluminando nuestras vidas con tu amor…
    Cuando emprenda el camino, sé que estarás allí y podré estrechar te en mis brazos, si has crecido, o acunarte dulcemente si aún te encuentro bebita…
    Y podré contemplar tu sonrisa, querida sobrina, siempre en mi corazón…
    Felicidades cariño, tu tía Mónica

  2. «Es normal tanto dolor después de cinco años? » Como tu siempre sabes tan bien expresar , lo que no se ama no duele y se puede sentir cuantísismo amor se llevó y dejo Olivia. Un beso Alicia

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *