Ángeles en el camino

A Malika, mi reina mora

La décima planta del hospital La Paz, en Madrid, es la planta de los pacientes de Covid.
Un lugar donde hay tanta incertidumbre como carga viral. Todo el personal trabaja con unas medidas de proteccion que impresionan hondamente y sin embargo, esa barrera, no les resta un ápice de cercanía.
Una vez más el personal sanitario y no sanitario de nuestra Sanidad Pública ha demostrado su enorme valía profesional y humana.
Conscientes del impacto psicológico del Covid en sus pacientes, se esfuerzan por dedicarle un momento a explicar detalladamente el proceso, a tranquilizar, a regalar presencia.

Afortunadamente sólo tuve que pasar tres días en La Paz, porque el virus que nos tiene en jaque desde hace ya más de un año ha sido benévolo conmigo y mi neumonía bilateral era leve. Con el famoso Dímero-D ligeramente elevado y vigilando síntomas de infarto pulmonar, me pude ir a casa, a continuar con un estricto aislamiento de practicamente un mes.

Esos días en La Paz me trajeron una conexión fuerte con mi hija de luz, la que sólo es visible a los ojos del alma. Y una vez más recibí sus señales, sus visitas secretas, su forma de ponerme ángeles en el camino.

En la cama de al lado encontré a Malika y desde el principio sus ojos sabios me trasmitieron la certeza de estar junto a una de esas personas que nos envían nuestros hijos para, de alguna forma, transmitirnos mensajes en nuestra existencia terrenal.

Malika había emigrado desde Marruecos a España hacía muchos años y escuchando y aprendiendo de sus vivencias, las horas eran más cortas.
Pronto y una vez más, ratifiqué como no hay cultura ni edad que separen a los seres humanos y que hay conexiones que se establecen de alma a alma.
Malika estaba muy enferma. No del coronavirus, sino del corazón.
Un corazón bueno y generoso que se desgastaba.
Esta mujer maravillosa llevaba meses sin salir del hospital. Cuando escuché su historia, sentí rabia por la mala suerte que había tenido, ya que una concatenación de graves complicaciones a ráiz de una cirugía coronaria, la mantenían presa en el hospital, donde además contrajo la covid.

Malika es un ejemplo de esas miles de víctimas colaterales del coronavirus y del colapso sanitario que produce. Le dolía el corazón y algo no iba bien, pero mientras su PCR no diese negativo, no la llevarían a hacerle un escáner (u otro tipo de prueba) a la zona “limpia”. Así pasaban las semanas y su corazón enfermaba cada vez más.

Yo sentía tal indignación que a veces me daban ganas de intervenir cuando venían los cardiólogos a visitarla.
Todo el personal conocía a Malika, era veterana, y la trataban con el cariño y respeto que merecía, porque ella emanaba una dignidad y una bondad claramente percibibles.

Olivia me puso a Malika en el camino para enseñarme la fortaleza interior, la aceptación y la elegancia del que no se queja y mantiene una sonrisa mientras se hunde el barco, haciendo la vida más fácil al resto. Esa generosidad y esa fuerza de espíritu, yo no la tengo, la alcancé durante mi duelo, pero el coronavirus me la ha destruído.

Malika había teniado una larga estancia en la UCI, rozando la muerte, tras una hemorragia fortísima que se ocasionó durante su cirugía. Me dijo que uno de aquellos días, sintió como la muerte se le acercaba y sus hermosos ojos, grandes como las noches oscuras sobre el desierto, se cuajaron de lágrimas. Entonces apartó esa sombra de sí, con un aspaviento, y me dijo “ Mejor no acordarse, eso ya pasó, estoy aquí ahora”.

Hablamos muchas horas y su compañía me llenaba de lecciones de vida. La sentía muy cercana, como si hubiésemos compartido otro espacio u otro tiempo en otra vida. Hablamos del amor, de los hijos, de las ilusiones de juventud truncadas por la realidad de una vida no siempre elegida.
Yo, con mi miles de miedos a cuestas, con mi peregrinaje de quejas e hipocondría, me veía frente a una mujer que realmente estaba muy enferma, habiendo pasado un calvario y sin poder usar una ducha o salir de paseo, ni siquiera por el pasillo del hospital, durante meses y sin embargo mantenía una fuerza, una dignidad, una elegancia, una entereza, una aceptación estoica de sus circunstancias, que no podía de ningún modo dejarme indiferente.

Que Malika fuese mi compañera de habitación no fue ninguna casualidad. Las madres de bebés estrella conocemos bien esa punzada de certeza que te traspasa cuando te llega una señal de ellos o cuando sabes que te están poniendo ángeles en el camino.
Además del increíble personal de La Paz, que nadie puede negar que son ángeles que nos cuidan a todos a costa de su propia salud y a veces de su propia vida, Olivia me puso en el camino a Malika.

Y como a veces hay lecciones que nos cuesta muchísimo aprender, en el mismo momento en el que yo estaba ingresada en esa planta, un amigo muy querido, queridísmo, había sido trasladado desde la 10 a la Unidad de Cuidados Respiratorios, una unidad nueva que funciona desde el covid y que evita a muchos pacientes el acabar intubados en la UCI.

Su mujer, mi amiguísima de muchos años, me mostró otra lección de lucha y entereza, de aferrarse a la esperarnza y al dia a día, trabajando y cuidando de sus niños pequeños, mientras su marido peleaba por quedarse en este lado de la frontera.
Y cuando han salido de esto, con su rosario de secuelas, más la debilidad y la merma que causa el maldito coravirus, tampoco les oírás quejarse.

El virus es muy real y mi buen amigo ha estado a punto de no poder contar su batalla contra él. Quien no crea que existe el coronavirus, que visite La Paz y vea. Hay quien necesita meter el dedo en la llaga, como Santo Tomás, para creer. Que lo hagan.

Volviendo a Malika, al despedirnos, intercambiamos los teléfonos, y supe unos días después que habiendo empeorado su corazón, no esperaron más a una PCR negativa y le hicieron en escáner en “zona sucia” (¿por qué no se lo habrían hecho antes,entonces?), momento en el que le diagnosticaron en aneurisma de aorta y fue trasladada, ya con PCR negativa, al hospital de la Princesa, donde estaba el único cirujano que se atrevía a practicarle una arriesgadísma operación.
Recuerdo perfectamente la calidez de su voz en los audios que nos mandábamos, su amabilidad, su profunda sabiduría. Una vez más, su aceptación frente a mi rabia. Me dijo, “ Y si no salgo de la operación y muero, al menos será una muerte dulce”. Creo que Malika es una persona profundamente espiritual, su conexión con Alá debe ser enorme, porque casi podías notar una presencia divina a su lado.

Después de decirme que seguramente se iba a operar, no volví a recibir ningún mensaje. He intentado contactarla muchas veces, expresándole mi preocupación por ella.
Ojalá simplemente se haya estropeado su móvil y nunca le hayan llegado mis mensajes. Ojalá ese sea el motivo por el que no haya podido contestarme.
Ahora ni siquiera tengo su teléfono porque al cambiar yo de terminal, muchos números se perdieron, entre ellos el suyo.

Malika, no te olvido. Ojalá un día te encuentre paseando por Colmenar Viejo, con la ropa nueva que dijimos que nos ibámos a comprar, bromeando sobre el peso que habíamos perdido con la “dieta La Paz”.
Quiera tu Dios y el mío, que son el mismo, que me encuentre de nuevo con tus ojos de noche plagados de estrellas, que me recuerdan al infinito presente en los de Olivia.

Malika, gracias por enseñarme tanto en tan poco tiempo y para siempre.
Gracias, Olivia, como siempre, por poner Ángeles en mi camino.

Imagen de James Handley (Unsplash)

6 comentarios

  1. Que experiencia tan sensible y certera de que nuestros ángeles nos ponen ángeles que nos ayudan y nos transforman en mejores seres humanos.
    Mi hija murió de un aneurisma de aorta, ojalá que no le haya pasado esto a Malika, y si así fue seguramente se fue con su paz al otro plano y está en el mejor de los cielos.
    No tengo dudas que leer tu relato, es un mensaje de mi hija y así, se va formando El Rosario o la cadena de bendiciones que nuestros hijos nos mandan a través de ángeles de luz. Te abrazo fuerte Alicia. Siempre es un placer leerte. Mil besos

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