La gente es maravillosa

A Javi y Carolina, maestros, sin saberlo, del sesgo positivo.

Hay personas que insisten en decir, sorprendentemente a menudo, “qué mala es la gente”.
Así, en génerico, zas, afirmación lanzada al aire creando una atmósfera de desconfianza contagiosa que pasa de generación en generación.

Uno ve en el mundo lo que su mente le permite. Si yo creo firmemente que la gente es mala, ignorante, dañina e insolidaria, mi mente se esforzará en encontrar evidencias que apoyen esa creencia y no le van a faltar.
Sin embargo, somos muchos los que cada vez más, intentamos darle la vuelta a ese sesgo negativo de nuestra mente (al que por otra parte le debemos nuestra supervivencia como especie).

Al comienzo del duelo por mi niña soñada, vi claramente que la única forma de salir adelante era romper con viejos patrones de pensamiento muy arraigados y comenzar a disfrutar de la belleza y de la bondad del mundo. Recibir el bien y generosamente regalarlo en la medida en que me fuese posible.

He escrito mucho en antiguos posts sobre esa nueva mirada que nos regala el duelo, como si nuestros hijos al partir dejasen tras de sí una estela envolvente y orírica que transforma mágicamente nuestro alrededor. En lugar de basura acumulada en las calles descuidadas, una comienza a ver esa flor que brota en el asfalto. En lugar de quedarnos con la rudeza de una interacción con alguien torpe o malencarado, aprendemos a atesorar la amabilidad de quien se cruza en nuestro camino.

Empezamos a generar un Sesgo positivo y el mundo se abre a mostrarnos las pruebas que refuercen nuestras nuevas creencias.

Como decía en la reciente entrada, Ángeles en el camino, estoy convencida de que nuestros hijos nos envían personas y situaciones para transmitirnos mensajes y que la lección se repetirá tantas veces sea necesario hasta que la interioricemos.

He perdido mi equilibrio y mi fuerza, o al menos se han quedado dormidos, latentes, enterrados en el temor y la hipocondría que estos tiempos de coronavirus me echan encima a paletadas.
Y a mi alrededor encuentro ejemplos de fuerza y entereza, de lucha y de aferrase al día a día, ejerciendo y poniendo en práctica ese sesgo positivo.

El ejemplo más reciente el de Carolina y Javi.
Mi amiga Carolina, a la que conozco desde los remotos tiempos en los que trabajamos en un instituto de barrio duro donde se forjan amistades auténticas, me ha enseñado muy recientemente el valor de ese elegir cada día el ver lo que te ayuda a avanzar.

Carolina, que me ayudó concienzuda y desinteresadamente a prepararme para mi primer acto público, que vino a verme a Dublín en dos ocasiones, en diferentes etapas, antes y después de la maternidad, que si no pudo acudir a mi boda fue porque estaba a punto de parir a su primera niña, que ha compartido mil restaurantes y paseos por Madrid, ha pasado junto con su pareja por una situación que me ha impactado mucho, por la historia en sí y por cómo son capaces de enfocarlo y contarlo.

Justo antes de confinarnos, el 7 de Marzo de 2020, nos vimos todos. Tres familias. La tercera, la de otra compañera exactamente de la misma época, cuya historia y la de su marido van en absoluta consonancia con lo que escribo aquí. Otra pareja que inspira, otra pareja que lucha cada día para superar obstáculos y da lecciones de vida sin pretenderlo, desde su inmensa humildad. Pero hoy tengo que centrarme en Carolina y Javi.

Pasamos todos un día estupendo, como siempre que estás en compañía de gente buena. Todos tenemos hijos nacidos en el 2015 y es divertido verlos disfrutar untos.
Poco antes de ese encuentro,  Javi había recibido un diagnóstico de cáncer, pero no quisieron contárnoslo en ese momento, por no torcer el día con el golpe de la noticia.

La quimioterapia tuvo que aplicársele a Javi en la primera y más temible ola del coronavirus, con hospitales colapsados, sin material de protección. Ni siquiera encontraban mascarillas (no las había) para que  pudiese ir al hospital a recibir su tratamiento.

Con dos niños pequeños en casa y Carolina teletrabajando  con la locura heroica que fue para los profesores poner en marcha una escuela virtual para salvar el curso, decidieron que lo mejor era que Javi fuese a casa de sus padres para estar protegido, descansado y bien cuidado.

Como tras los ciclos de quimioterapia, uno queda inmunodeprimido, este padre y compañero no pudo volver a su casa hasta el mes de octubre.

Afortunadamente, el final es feliz. A día de hoy,  ha derrotado al cáncer con sus puños de boxeador y está de nuevo con su familia.

Cuando escuchaba a Carolina contarme la historia, y yo le decía “Ay dios mío, qué mala suerte, que os haya pasado esto en pleno confinamiento, que hayas pasado esto sola, que tuvieras que estar con los niños sin ayuda, que Javi tuviese que estar separado de vosotros, etc.” Ella, de forma inaudita, tenía una respuesta que daba la vuelta en positivo a todo lo que yo decía:
“No, hemos tenido mucha suerte porque sus padres le han podido cuidar y mis padres y mi hermana me han ayudado un montón a mí para que pudiera organizarme con los niños, me hacían la compra y me traían comida cocinada”, “Los niños se han portado estupendamente y se han adaptado muy bien a la situación”, “Javi nunca se ha quejado, se mantenía muy positivo y continuó teletrabajando todo lo que pudo, me lo hizo muy fácil”, “Al no tener que ir a trabajar físicamente y los niños no tener cole, en vez de ser más difícil, ha sido todo más fácil, no teníamos que explicarle nada a nadie ni hablar de ello si no nos apetecía”, “Al llevar todo el mundo mascarilla, a nadie le sorprende que Javi tenga que llevarla”, “Al hacer todo el mundo tan pocos planes y haber tantas restricciones, no sentimos que nos estemos perdiendo nada por las limitaciones que tiene que tener Javi ahora»,  etc.

Y cada vez que ella contestaba, yo iba recibiendo e interiorizando esta lección que tanta falta me hace recordar y que no cesará de repetirse hasta que se despierte mi leona dormida, la que Olivia hizo surgir, mi yo superior, el que aplasta el miedo y la hipocondria con un pie firme, seguro y poderoso.

Somos más grandes de lo que nos pensamos. Cuando vienen duras, no te queda otra que crecer y estar a la altura.
El sesgo positivo es una herramienta imprescindible en el duelo y en situaciones difíciles.

Y si miras a tu alrededor vas a encontrar, sin duda, gente maravillosa de la que aprenderlo. Y si miras en tu interior, también.

Yo hoy afirmo “la gente es maravillosa”, sólo hay que aprender a mirar en la dirección adecuada.
El próximo Sábado volveré a ver a Carolina y a Javi y todos juntos disfrutaremos toda la vida increíble que nos queda por delante.
Salud, amigos.

Imagen de Nathan Dumlao (Unsplash)

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